De lo perdido y lo recuperado. Javier Hernández Landazabal

Desde: Viernes, 07 Junio 2019

Hasta: Domingo, 15 Septiembre 2019

El autor muestra una serie de esculturas y su posterior representación en pintura, artefactos que homenajean -o satirizan- el contexto del arte y critican el consumismo

Comisario: Daniel Castillejo
Exposición producida por Artium

La trayectoria artística de Javier Hernández Landazabal (Vitoria-Gasteiz, 1959) como dibujante, ilustrador y específicamente como pintor está asociada común y acertadamente al realismo, una técnica que ha cultivado durante las últimas tres décadas, deslizando en ella dosis de análisis y crítica del arte actual y el proceso creativo.

En De lo perdido y lo recuperado, el artista presenta un particular segmento de su producción, siempre cuidadosa, lenta, meticulosa, que se ha extendido en el tiempo durante años y que ha dado lugar a un número limitado ejemplares. Así, la exposición muestra diez esculturas y la versión pictórica de nueve de ellas —la décima, perteneciente a un coleccionista particular, no ha podido ser localizada—, las primeras fechadas en 1993. Todas responden a una forma de hacer lenta y minuciosa, en la que la complejidad del proceso no es un elemento secundario. El desenlace son «instalaciones» con un carácter muy barroco, dramático, teatral.

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Todo comienza en realidad con una chispa, un impulso ocasional al que el artista responde con la progresiva creación de un artefacto mecánico, un collage tridimensional de objetos recuperados y coleccionados a lo largo del tiempo. Todos son metódicamente ensamblados y conectados a motores eléctricos o de cuerda, siguiendo un plan preconcebido, en el que pueden intervenir, además, agentes invitados como el aire o la música. El resultado es un artilugio dotado de movimiento mecánico, capaz de una coreografía repetitiva e hipnótica. En las diez máquinas inverosímiles que se presentan en esta muestra conviven iconos de la cultura popular —el ratón Mickey, el conejo Bugs Bunny—, de la historia del arte —El Bosco, Duchamp, Picabia—, y de la vida del artista.

Entre la construcción del objeto y su representación en el lienzo, Hernández Landazabal introduce un acto intermedio. El artista no pinta «del natural». Su proceso exige un paso adicional de representación: una igualmente cuidada y medida reproducción fotográfica del objeto en términos de perspectiva, iluminación y puesta en escena. La fotografía le despoja de su tridimensionalidad, de su movimiento, de parte de su capacidad metafórica y del aura de objeto tocado por el artista. Es precisamente esta imagen congelada y desprovista la que sirve de modelo al pintor, que, de todas formas, mantiene siempre al alcance de su vista la máquina original.

La pintura es el final del proceso. Una pintura —óleo sobre lino— de estilo realista, barroca, realizada con el paso lento y la minuciosidad que caracteriza a Javier Hernández Landazabal. El artista concluye de esta manera un juego de paradojas y verosimilitudes en el que intervienen lo real, por absurdo que resulte, y su imagen pintada, por realista que sea. 

De lo perdido y lo recuperado toma su nombre de un verso de Jorge Luis Borges, perteneciente al poema El tango. Igual que el escritor argentino rescata del olvido nombres, lugares y objetos «en el cordaje/de la terca guitarra trabajosa», Hernández Landazabal construye, escenifica y pinta estos tótems de memoria, maraña absurda de iconos, combinación de pasado y presente, para volver a plantear las viejas y complejas cuestiones sobre realidad y representación, sobre el lenguaje, sobre el arte que habla del arte, sobre el paso del tiempo.

Desde este sutil juego de correspondencias entre pintura y escultura, Javier Hernández Landazabal lanza señales al observador sobre su forma de interpretar el mundo mediante la paradoja, el sarcasmo, la crítica, la ironía, los juegos de palabras, la alusión culta y la popular, y un cierto nihilismo.

Unos y otros temas y recursos se encuentran también aludidos en los títulos de las obras: La suerte y la muerte, Arte-ficio dadá, Tiempo muerto, L’esprit de l’escalier… En esta última, por ejemplo, aparece un cráneo humano sobre un libro, colocados en lo alto de una escalera de mano, e iluminados por una bombilla. El espíritu de la escalera hace referencia, como explica Antonio Altarriba en su texto para el catálogo de la exposición, a la brillante idea que llega demasiado tarde, cuando la réplica ya es imposible, «la oportunidad perdida, el destello que ya no puede alumbrar, la bombilla que se enciende después de la muerte».

En cualquier caso, estas obras de Hernández Landazabal admiten múltiples lecturas, desde las ya avanzadas en torno al arte y su esfera de intereses hasta otras vinculadas con otros ámbitos de la existencia: la transcendencia, el sentido de la vida y de la muerte, el consumismo, la superproducción de residuos, la obsolescencia programada…

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